Foto de Eugenio Astol
El señor Hostos fue un hombre axioma. Ajustaba todos sus actos a una inflexible línea recta. Era la inteligencia y la honradez en acción, marchando invariablemente hacia todo lo grande, bello y harmonioso.
Filósofo literato, educador, jurisconsulto—educador ante todo-—pensaba como un hombre, y sentía como un niño. En él, dentro de él, cerebro y corazón se unificaban sin confundirse, formando un solo, admirable organismo, para recoger todas las palpitaciones de la vida universal.
Supo formar hombres. No le bastaba eso. Quiso también formar pueblos, nacionalidades, repúblicas... Y ha muerto sin ver logrado su colosal empeño.
¿Se equivocó? Sí, en la práctica, pero no en el pensamiento. Su ideal, la Confederación Antillana, es una abstracción-verdad que solo necesita de un nuevo y mayor grado de evolución, para convertirse en tangible realidad política. Si alguna falta cometió Hostos fue la de adelantarse, tal vez demasiado pronto, a su país y a su época. Pero ha sabido leer en el libro de lo porvenir, y esto basta para su gloria.
Puerto Rico desconoció a este hombre. La prensa extranjera al hablar de la muerte de Hostos, no dice que este fue puertorriqueño y lo titula el gran antillano. Debemos llorar en silencio. Nuestra tierra no puede llamarle suyo.
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Fuente: Revista El Carnaval 1903-09-01